1. Marcianos

Los seres humanos hacemos cosas tan raras que tenemos que recurrir a los marcianos para poder explicárnoslas. Si consigues liberarte del corsé de la costumbre y miras un poco más de cerca esas cosas, no es raro que te asalte el pasmo. Toda la imaginería de la Semana Santa, por ejemplo, con sus gorros puntiagudos y sus espaldas sangrantes. Un estadio de fútbol con cuarenta mil espectadores vociferando o enmudeciendo cuando una pelota se cuela entre tres palos. La escuela, con todos los niños forzados a sentarse y digerir unos conocimientos que a los adultos nos sobrepasan. Acércate, anda, haz la prueba. Elige cualquier motivo de tu vida cotidiana. Intenta después explicárselo a los marcianos. A lo mejor en el proceso tú también logras entender algo.



Mi carrera profesional comenzó hace justo veinte años. Me acerco un poco a este hecho aparentemente simple y no te puedes ni imaginar cuánto me pasmo. Un veintitrés de abril creo que ventoso firmé un papel en una oficina de Cádiz y me convertí legalmente, que no de facto, en agente de medio ambiente. Yo era un poco marciana entonces. Me vestía con falda y botas altas, no había hecho otra cosa que estudiar sin rechistar lo que me mandaban y no entendía de la vida ni jota. Tenía veintipocos y en absoluto había empezado a ser adulta. Se me ocurrió prepararme por mi cuenta las oposiciones andaluzas como podría habérseme ocurrido ser profesora de instituto, equilibrista de circo o matarife. Estaba tan capacitada a priori para esas profesiones como para la que terminé eligiendo. Nada de absoluto. Pero algo hay que ser en la vida. Esa es la costumbre.



Era una marciana, repito. Hubiera estado bien que alguien me hubiera explicado en qué consistía el trabajo que estaba a punto de iniciar, de qué manera iba a poner patas arriba mi historia y cómo iba a cambiarlo todo: mi temperamento, mis aficiones y deseos y miedos, mis modos de andar, de mirar, de relacionarme, mi posición en el mundo. Nadie lo hizo y yo no busqué terrícolas que pudieran responder mis hipotéticas preguntas.



Hace veinte años, compréndelo. Yo estaba en pañales, pero también las redes sociales o Google. Había foros de opositores a los que yo no entraba nunca porque era una marciana recién arrojada al planeta. Seguro que también había personas a las que podría haberme arrimado para que me orientaran, y si no lo hice fue porque aún tenía mi blando cuerpo de marciano, sin perspectiva ni intención ni cuerdas vocales. Qué genial si hubiera tenido la oportunidad de conectar mis tentáculos a las manos y los ojos y los cerebros de gente con experiencia dilatada, o al resto de aspirantes a tenerla.



En estos veinte años me he puesto cinco y en ocasiones hasta diez, once o doce días por semana un uniforme que al principio ni se ajustaba a mis formas alienígenas ni era aceptado dócilmente por mi carácter un poquitín anárquico. El uniforme y el trabajo como agente de medio ambiente me han ido modelando y haciéndome un ser humano. Hago cosas que vistas desde lejos o con pereza pueden resultar extrañas.



He andado a cuatro patas por pasillos cubiertos de mierda de murciélago. Me he metido hasta la cintura en ríos con una libreta y un bolígrafo, y en la ducha con las piernas negras hasta las rodillas de ceniza. He mantenido calientes en mi regazo huevos de pájaro. He leído más cadáveres de animales de los que quiero llevar cuenta. He visto arder plásticos y metales con llamas de colores que nunca creerías. He llegado a casa con la piel tatuada de arañazos, pringosa de jara, costrosa de barro, amoratada de frío, comida de pulgas y alguna que otra garrapata. Me he sentido parte ínfima e indispensable, unida sin solución al resto de criaturas de este planeta. No lo cambio por nada.



Ahora soy yo quien podría explicárselo a la marciana de hace veinte años y entenderme a mí en el proceso. O a ti, que no eres un marciano en absoluto pero que te atreves a acercarte a las cosas.

 

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